11 de febrero de 2025
El tipo de cambio apreciado complica la competitividad de la producción industrial y agropecuaria, dejando a la intemperie y sin políticas sectoriales específicas para potenciarlas. La contrapartida es que las familias compran dólares financieros que en relación con sus salarios se han vuelto baratos, y viajan en el exterior de forma masiva (el dato del aumento del 50% de aumentos en los viajes a Brasil en diciembre 2024 respecto del año anterior debería ser un llamado de atención a las autoridades).
Una de las consecuencias de todo esto es una
alarmante falta de reservas internacionales, lo que condiciona un crecimiento
futuro. Ya conocemos cómo funciona nuestro país: el crecimiento se acompaña de
fuertes incrementos de importaciones requeridas por la industria, mientras que
las exportaciones tienen un crecimiento mucho más lento. Esto genera un ciclo
de divisas llamado el "stop and go": cuando sobreviene una crisis en la balanza
externa, se genera una recesión que reduce las necesidades de importaciones.
Esta recesión permite un nuevo aumento de las
reservas internacionales que posibilitan un nuevo ciclo de crecimiento
económico. Estos ciclos se han sucedido (con devaluación o sin ella) desde la
posguerra para no ir más lejos. La crisis del tequila en el 95 generó una
recuperación de las reservas que permitió a la economía crecer en 1996/98. La
crisis del 2001/2002 vino con devaluación y recuperación de las reservas que
permitió un largo ciclo de crecimiento (2003/2015). Las devaluaciones de 2014 y
2016 acortaron el ciclo, pero siguieron las mismas premisas de recuperación de
divisas.
Lo que vemos desde la crisis de 2018 es que las
reservas ya no se recuperan con las recesiones, y eso que tuvimos graves crisis
desde entonces: la doble crisis del macrismo (2018 y 2019), la pandemia (2020),
el final del gobierno de Alberto y el inicio del de Milei (2023/24). En ninguna
de esas crisis se pudo recuperar las reservas internacionales netas
(descontados los depósitos bancarios). El año 2024 no fue la excepción en este
ciclo de stop and stop. En los últimos siete años solo dos han sido de
crecimiento: 2021 y 2022. Algo está cambiando en las formas en que Argentina
solía resolver las crisis, y Milei no parece ser la excepción.
Por lo tanto, estamos ante la duda de saber si vamos a asistir a un nuevo ciclo de acumulación de capital en Argentina o no. La historia económica enseña que los ciclos de acumulación de capital en las economías periféricas son escasos, y que cada uno se inscribe en un contexto particular, y tiene sus contradicciones particulares que, al fin y al cabo, terminan provocando su crisis.
En el caso argentino, se pueden marcar cuatro regímenes de acumulación bien marcados en la era moderna: el peronismo que suele interpretarse como la "primera fase de industrialización por sustitución de importaciones", con asalariados registrados y pymes creciendo bajo la protección comercial y los numerosos incentivos financieros y políticas industriales. La segunda fase de crecimiento importante fue la de 1964/1974, llamada también de "segunda fase de industrialización por sustitución de importaciones", donde las empresas transnacionales hacen su aparición en los sectores industriales claves.
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Entre 1974 y 1991 no hubo crecimiento importante,
fueron más de 15 años de crisis recurrentes en los cuales la deuda externa
apareció como el primer principal problema económico. A partir de esos años se
empieza a medir la pobreza y se habla cada vez más de la informalidad laboral,
algo que siempre fue estructural en las economías latinoamericanas, pero cuyo
estudio se hizo más sistemático. La década de la convertibilidad es el
siguiente período de acumulación importante (entre 1991 y 1998), con tipo de
cambio fijo, bimonetarismo, privatizaciones y un mercado de trabajo estallado.
El desempleo crecía aun cuando había crecimiento económico.
El siguiente ciclo de acumulación importante se dio
durante el kirchnerismo, en el cual el crecimiento industrial y el boom de los
commodities permitió resolver muchos de los problemas heredados de la crisis de
2001. Volvió a crecer el empleo y revivieron los sindicatos, mejorando el
salario y la distribución del ingreso en un círculo virtuoso que no se veía
desde el período de sustitución de importaciones. Este ciclo se empezó a agotar
cuando cayeron los precios internacionales de la soja, en 2013, y desde
entonces Argentina no ha podido recuperar un ciclo de acumulación de capital
relevante.
A esto se le suma que desde 2018 la caída del PBI
fue constante, y hubo pocos años de recuperación económica. La nueva dinámica
de unas reservas en constante crisis permite pensar que no será fácil volver a
crecer. A los economistas nos queda una tarea importante: entender porque en
ciclo de "stop and go" ya no funciona, que el gobierno sea peronista o liberal,
y se transformó en algo peor, que no permite crecer y deja a todos los
gobiernos sobre el filo de la navaja.
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